José Ignacio se vino para Valencia hace cinco años de su A Coruña natal.
Le atraía mucho el buen tiempo «que hace en invierno porque en verano es insoportable la humedad», dice el hornero que se había quitado la harina del cuerpo para ponerse una camisa limpia y salir a la calle a hacer gestiones.
También le atrajeron las posibilidades de negocio que se le abrían junto al Turia: «Hace cinco años esta ciudad tenía un auge económico muy importante, aunque -acota- ahora está bastante jodido», dice en la trastienda de su horno del barrio de Benimaclet.
José Ignacio no se ha conformado con ser un buen hornero, que lo es y no es nada sencillo de conseguir, sino que siempre ha pensado en como mejorar y crecer. Por eso se vino al Mediterráneo dejando el frío Atlántico: «Tengo un amigo que vive en Valencia y que me ofreció la idea de quedarme con este horno», explica. Y también por esa capacidad de mejorar, en una de esas interminables jornadas nocturnas de trabajo se le ocurrió una idea. Igual que hay máquinas de Coca-Cola se podría crear una que despachara pan: «Yo veía que a las once de la noche se seguía vendiendo pan en comercios y gasolineras y que hay mucha gente que la hora de comprarlo son las nueve de la noche. Y pensaba que estábamos perdiendo esa clientela que es muy amplia ya que a esa hora cerrábamos la panadería».
Entonces no se le ocurrió otra cosa que ponerse manos a la obra. A lo mejor lo normal hubiera sido ir con la idea a una empresa especializada en máquinas de vending y decirles que le hicieran una. Pero José Ignacio no es de esos: «Llamé a un amigo que algo sabe de este tema y nos pusimos a trabajar», asevera tras reconocer que antes no tenía ni idea de monederos ni de automatismos que hacen funcionar las máquinas «porque yo técnico, técnico, no soy».
Y ya ha hecho tres modelos. Las ha ido mejorando. Ahora en su horno de la calle Poeta Altet tiene la tercera generación que en una noche normal llega a vender «unas cien barras». Pero el mejor día son los domingos: «El récord lo tenemos en 300 barras en un domingo por la tarde. Tendrías que ver el trajín de gente que pasa por aquí comprando pan del día». Y tampoco se queja de estas últimas Fallas en las que todos los días se quedaba sin pan.
La máquina es un buen invento: «Se amortiza en un año», sostiene dejando salir su flanco más comercial. Y en ello está. Hace un mes estuvo en la Feria de Portugal dedicada al mundo de la panadería y ahora acaba de volver de la de Madrid donde «la radio ha dicho que éramos la única novedad que se había presentado», apunta. Tras patentar la cuarta generación de su expendedora, ahora se ha lanzado a fabricarla en un taller de Alboraia. Y la cosa funciona: «Nos han pedido diez de Bilbao y otras tantas en México. Las han pedido, pero aún no las han pagado», dice mostrando su lado más socarrón y escéptico tras reconocer que de Valencia no ha recibido ningún pedido.
La inversión ha sido fuerte pero José Ignacio está convencido de que su nuevo negocio va a funcionar, igual que su pan gallego por el que se 'pelean' sus clientes los sábados o su Tarta de Santiago de la que se niega a dar la receta...